El partido de vuelta entre el Barcelona y el Inter estuvo rodeado de un ambiente de gala pero de muy poco fútbol. El conjunto italiano saltó al césped a no perder y el fútbol caprichoso y malvado dejó sin premio a un Barcelona más gris de lo habitual. Mourinho no es tan distinto a Guardiola, menos educado, pero sabe absorver la presión mediática, redirigirla hacia su persona y aislar completamente a sus futbolistas.
El Inter mantuvo la intensidad y concentración necesaria para no encajar dos tantos y el Barcelona hizo el resto. Los interistas no odiaron su profesión y la llevaron a cabo con un rigor casi militar. Cambiasso fue la sombra de Messi y el astro argentino no encontró su lugar durante los 90 minutos. Xavi buscaba receptores de sus pases pero sus compañeros no mostraban la frescura y verticalidad de otros encuentros. La expulsión de Motta no se notó gracias al excelente trabajo físico de sus compañeros y el gol de Piqué en fuera de juego no pasó a mayores por la ineficacia barcelonista. El partido se podría resumir en el 75% de posesión del Barcelona, pero no se materializó en ocasiones, apenas un par de intervenciones del meta Julio César, muy poco para el actual campeón de Europa.
Esta vez no hubo un mágico Iniesta que culminase la remontada y sí un Ibrahimovic indolente que facilitaba el trabajo táctico del Inter. El sueco no aportó movilidad y los centrales fijaban su posición con demasiada facilidad. Los culés no explotaron el juego por banda y se acabó diluyendo en un poblado mediocentro. El glorioso muro impuesto por el Inter fue demasiado para un Guardiola que encaró con orgullo su primer varapalo como técnico barcelonista. En definitiva, sin quitar méritos tácticos, no fue un gran Inter sino un Barcelona desconocido.
De lo extradeportivo mejor no hablar, tan patético es activar los aspersores del Camp Nou para acelerar la celebración sobre el césped de los jugadores italianos, como absurdo que algunos madridistas aparecieran por la Cibeles para festejar la derrota barcelonista.
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